Daniel_vzla Publicado Enero 12, 2016 Denunciar Publicado Enero 12, 2016 (editado) Maiskel Sánchez es fotógrafa profesional, especializada en tomas aéreas, desde donde ha plasmado la inmensidad y la belleza del territorio venezolano. Pero ante el reto de retratar al asesino de la modelo y actriz venezolana, Mónica Spear; no pudo negarse; pese a que sabía a lo que se expondría. Tras cumplirse dos años del fallecimiento de esta querida joven, la experta gráfica habla con DIARIO LAS AMÉRICAS de cómo fue el día en que conoció los ojos del mal. Junto a dos periodistas, Isoliett Iglesias y Deivis Ramírez, Sánchez acudió a la cárcel del Rodeo II, donde se encuentran criminales de alta peligrosidad. Allí las medidas de seguridad no se rigen por normas internacionales, allí la seguridad depende de quién la necesite y en qué momento. Detrás de la puerta del penal quedaron sus estudios en Italia, su especilización en Bogotá y sus 36 premios ANDA. Allí solo era ella y su cámara, esperando a que Gerardo José Contreras, alias El Gato, dejara tomarse unas fotos, mientras narraba cómo le quitó la vida a la reina de belleza y a su esposo, Thomas Henry Berry. Crónica de Maiskel Sánchez Los ojos del malSus ojos de gato miran con detenimiento a las tres personas que lo esperan en la sala. La desconfianza también tiene un lenguaje de señas. Un traje amarillo encendido, el cabello cortado al rape como los militares novatos a quienes se les corta en señal de disciplina, las manos hacía atrás en formación escolar, y un guardia que lo custodia con un arma larga, agarrada con las dos manos, lista para disparar en caso de ser necesario, complementan el cuadro nunca visto para mi de un asesino. El salón protocolar está pintado de amarillo claro. La luz entra por siete pequeñas ventanas rectangulares que dejan ver un diminuto jardín. Al fondo, se ve una calle con una reja alta de malla metálica. Tres hombres vestidos de amarillo montan varias cajas en una pick up vinotinto. Hay un autobús –parado en la otra acera de la misma calle- que tiene inscrito “La revolución penitenciaria en marcha” En la puerta hay un letrero que dice: Salón protocolar. Debajo de éste, un cartel con la siguiente frase: #Obama repeal the executive order. Dentro del salón hay una mesa rectangular -típica de una sala de juntas- con cinco sillas desiguales. Antes de que el asesino llegue, arreglamos las sillas. Una para él, de frente al sol. Nosotros tres, en bloque frente a él. A mi izquierda, un viejo archivador, un escritorio de colegio, y sobre éste, una cesta de basura. De frente, un cuadro de Andrés Bello, que está torcido. A mi derecha, la bandera de Venezuela acompañada por el dispensador del agua. Allí no hay protocolo de que debe estar detrás y a mayor altura de quien preside el acto. No hay un acto. Hay un encuentro escalofriante. Nos ofrecen café. Las libretas saltan a la mesa. Pruebo mi grabadora. Un, dos, tres, grabando. Todo listo. El café no llega. Somos cuatro personas dentro de la habitación y solo se escucha el sonido del motor del aire acondicionado. Ajusto mi cámara a la luz del lugar, y dejo mi equipo fotográfico sobre el viejo escritorio del rincón. Fui advertida que solo él puede aprobar que le tome fotos. No quiero recibir un no por respuesta, y no quiero que sienta que mi cámara es una amenaza. Tengo claro que él sabe de amenazas más que yo. Llega un jugo de guayaba. Nadie explica la ausencia del café. Sin prendas. Sin maquillaje. Ropa cómoda sin nada llamativo. Equipo mínimo. Cabello recogido. Todo lo que me permita ser invisible durante esta entrevista. Desde la noche anterior, no tengo muchas ganas de conversar. Mi mente está a toda máquina, pendiente de que no me falte nada. Ni equipos, ni valentía. La visita a un penal es un paseo al infierno y le voy a ver la cara al diablo en persona. El gesto de saludo es con la cabeza. Se mueve hacia un lado. De su boca, con timbre de muchacho, sale la inconfundible cadencia del hablar de un delincuente. Mientras camina hacia la silla, veo en su brazo derecho un tatuaje con letras chinas o japonesas, y tres estrellas tatuadas en orden descendente. Le calculo una altura entre 1.70 y 1.75. Se sienta al frente. No pronuncia ninguna palabra. Dos periodistas curtidos en el tema, abren la conversación. “Mis hermanos eran malandros, pues”. “Ahí fue que empecé a consumir droga, pues”. “Lo hacíamos por la necesidad, pues”. “Vamos a ver quienes son los cagaos, pues”. “Nosotros los robamos normal, pues”. “Porque si él no se detona, nosotros nos vamos relajaos, pues”. “ Estábamos emproblemaos, pues”. “Ya todos estamos presos, pues”. La palabra pues, la usa a cada instante en sustitución de un “tu sabes”, “así es como era”, pero el tono como lo dice, es como una mano blandiendo una cachetada a cualquiera que se le atraviese en el camino. Sus ojos verdes lucen brillantes. Unas pestañas negrísimas recubren todo el borde. Su boca amenazante, no pega con su mirada. Tiene buenos ángulos en el rostro. Su decisión de ser malandro -como él mismo se llama- ha borrado la posibilidad de ser admirado por su belleza. La cara no es con la que uno nace, sino con lo que uno hace para vivir. “…me drogaba y salía por ahí a echar broma”. Robar, drogarse y matar, no es echar broma. Es muy serio. Tirar piedras a la autopista, echar plomo y matar gente, es una broma muy macabra. A ella la llama Mónica a secas. No sabía quién era cuando la robó. No tenía idea quién era cuando la mató. En su cuerpo, se puede leer la historia de las cosas que le importan. Del tamaño de una moneda, tiene tatuado en su mano derecha la J de Josneidy. La mujer que ama. Al lado de la J, una estrella de seis puntas, como dibujada y pintada por un niño que lo hace sin destreza. En el antebrazo derecho, por el reverso, están los símbolos chinos de lo que él dice, es su nombre. En el anverso, tres estrellas más grandes, tatuadas con la misma precariedad de la pequeña. En el otro brazo, bien grande, se lee el nombre de la que fue su hija no nacida. Antonela. Con ribetes que denotan el amor por lo perdido. El nombre está escrito con una sola L, y un algo que parece una corona, está sobre la N. La mata de marihuana si se ve muy clara. He escuchado que en su pecho lleva tatuado el nombre de su madre. No me atreví a pedir que me lo mostrara. Dice con precisión el nombre del arma. Es un nombre largo y complicado. Estoy segura que nunca respondió así en su clase de ciencias sociales. Admite que no le gustaba el estudio. Se fue a trabajar de caletero en los muelles de Puerto Cabello en la cooperativa de su papá, quien lo sacó cuando empezó a “echar bromas”. Su lenguaje es reducido. Mínimo. Pa´atrás, pa´allá, pa´lante, abajando, talde, altista, inglé, amistá. Pronuncia sus palabras con total abandono del diccionario. Si la pregunta que se le hace es muy elaborada, él repregunta en dos formas: ¿Ah? ¿Cómo? Hay carencia de todo. “Le preguntaban que cómo era yo pequeño, pues. Y mi mamá le dijo que normal, pues. Que fue una cosa que se le escapó de las manos. En verdad porque yo me quise echar a perder, uno se pierde solo”. Me quedo pensando en la historia que nos cuenta. Tiene un hermano preso en Tocuyito. Y él está preso, en la misma celda, con otro hermano. ¿Desde cuándo se le escapó de las manos? “…estando chamito me dieron, nooo jombre, una pela, que eso nunca se me olvida preguntándome por él. No sé, y no sé, y no sé dónde está, y no sé dónde está” Así describe la solidaridad con su hermano. Y a mi lo que me queda, es el acento del “nooo jombre” que describe la pela de su papá. En su voz escucho dolor por la golpiza y orgullo por no haber delatado a su hermano. “Si hubieses estudiado, ¿qué te hubiese gustado estudiar?” –le pregunto. “Mi papá quería que estudiara pa´ Guardia Nacional, pero a mi no me gustó nunca eso”. “Olvídate de lo que quería tu papá, ¿qué te gustaba a ti? –Los deportes. Me gustaban los deportes. El basket”. “¿Tu papá te pegaba?” Me mira. Y cómo dándose tiempo para buscar qué responder, me dice: “¿mi papá? Sí. Me pegaba porque yo me portaba mal. Me iba para la calle, no le hacía caso”. “Y yo tenía dos balones de esos de basket, y me los explotó porque yo me iba a jugar basket y nooo” “¿Qué edad tenías? – Como catorce”. La misma edad que describe como la edad en la cual empezó a fumar marihuana. Me sorprende saber que tiene un padre. Me sorprende saber que vivía con él. Un padre estricto. Un padre que le quitó los balones de basket, pero que no pudo quitarle la pistola. Un padre que ya puede darse por satisfecho porque su hijo no puede salir a la calle. Ya está encerrado en una cárcel. Su celda es pequeña. Su hermano duerme en la cama, y él en un colchón en el piso. “No cabe mucho”, -nos dice. Solo sus cosas personales. El envase de plástico para el agua. ¿Fotos? No tiene. Nada de lo que hizo mejoró su vida. Robar para seguir siendo pobre. Matar para estar preso en una cárcel lejos de sus familiares que no pueden visitarlo con frecuencia porque El Rodeo II, en Guatire, queda lejos de El Cambur en Puerto Cabello y la plata no alcanza. “¿Ellos son las únicas personas con los cuales tú has cometido homicidios?”, le pregunto.“No”, -me responde. No olvido que estoy frente a un asesino. Uno que mata como si de zancudos se tratase, y que por costumbre estira el brazo y acaba con su existencia. “La primera vez que maté porque el muchacho, me entregó, pues, con el gobierno” … “El otro, nos estábamos entrando a plomo, pues. Lo coroné y cayó en el suelo, me le llegué y pam, pam, pam”. De esos dos primeros, no recuerda ni el nombre. Mató con dieciséis años al primero. Mató con diecisiete años al segundo. Mató con dieciocho años al tercero y al cuarto. No hay un indicio de vergüenza en su relato. Habla de amistades, pero no de amigos. A todos los llama compañeros. Nunca pronuncia la palabra amigo. Pasó un poco más de un año oculto, huyendo de la justicia. “¿Tú crees que él te entregó?” “Claro. Él fue, él fue”. “¿Qué pasa si tu ves a ese señor mañana?” “Coño, no sé. No sé qué hacer”. “…pero yo se lo dejo a Dios”. Estuve a punto de preguntarle, cómo pensaba él que Dios resolvería esto. ¿Dios es la justicia conveniente? ¿Mata que Dios perdona? “Quiero hacerte unas fotos” “¿Cómo? ¿echarme unas fotos?” “Sí” -le contesté. “Eso es lo que yo hago”. “Esta bien” -me dijo. Me levanto, busco la cámara, y me acerco. Estoy a menos de dos pasos de distancia. Lo miro directo por el visor. Lo llamo para que voltee a mirar a la cámara. Sus pómulos se tensan. Sé que no sabe si estar serio o si debe sonreír. Mientras hago las fotos, estoy tan cerca de él, que me atrevo a preguntarle: “¿Cómo harías tú, para que yo te tuviera confianza?” “No sé”. El periodista le dice, “la gente como que te tiene miedo”. Hizo una pequeña mueca, una de esas mínimas que no se le escapan a una cámara. “Te sonreíste. Te agrada que te tengan miedo” –le digo. “Nooo, me tienen miedo. Me ven, nojooo, como si yo fuera, un monstruo. Como si fuera peligroso, pues” –me contesta. “¿ Y no eres peligroso?” “No, yo soy tranquilo”. Por: Elkis Bejarano Delgado/ Maiskel Sánchez / Diario de las Américas. Su nombre es Gerardo José Contreras, tiene diecinueve años, le dicen El Gato, y es el asesino de Mónica Spear y Thomas Berry. Editado Enero 12, 2016 por Daniel_vzla
Jorgelsvzla Publicado Enero 12, 2016 Denunciar Publicado Enero 12, 2016 Ojala se lo estén cojiendo bastante.
Lildramaqueen Publicado Enero 12, 2016 Denunciar Publicado Enero 12, 2016 Me dio escalofrios, ser siniestro
Daniel_vzla Publicado Enero 12, 2016 Autor Denunciar Publicado Enero 12, 2016 "Yo soy tranquilo" OK. Y lo peor es “…me drogaba y salía por ahí a echar broma” . O sea, robar y matar es echar broma!
CRISTHIAN Publicado Enero 12, 2016 Denunciar Publicado Enero 12, 2016 Juemadre testamento. En pocas palabras que lo dejen pudriéndose en esa cárcel a el y todos los asesinos que matan sin piedad.
IsakRey Publicado Enero 12, 2016 Denunciar Publicado Enero 12, 2016 A ella la llama Mónica a secas. No sabía quién era cuando la robó. No tenía idea quién era cuando la mató. Y no sabe a ser tan realmente valioso se llevó por el medio. Que tristeza que nuestra sociedad venezolana, latinoamericana y me atreveria a decir que hasta mundial esta tan descompuesta, tristemente vivimos en un mundo inseguro, sin amor al projimo y sin querer el bien de los demas, somos seres egoistas y caprichosos, actuamos por impulso, sin respeto.... Lamentable, porque este muchacho esta haciendo un postgrado allá dentro.
La Abeja Reina Publicado Enero 12, 2016 Denunciar Publicado Enero 12, 2016 Ese es un retrato de muchos delincuentes en nuestros países la misma situación desde México hasta Argentina !!
Hammakita Publicado Enero 12, 2016 Denunciar Publicado Enero 12, 2016 UNA VIDA ES VALIOSA, SEA QUIEN SEA. A ella la llama Mónica a secas. No sabía quién era cuando la robó. No tenía idea quién era cuando la mató. Y no sabe a ser tan realmente valioso se llevó por el medio. Que tristeza que nuestra sociedad venezolana, latinoamericana y me atreveria a decir que hasta mundial esta tan descompuesta, tristemente vivimos en un mundo inseguro, sin amor al projimo y sin querer el bien de los demas, somos seres egoistas y caprichosos, actuamos por impulso, sin respeto.... Lamentable, porque este muchacho esta haciendo un postgrado allá dentro.
IsakRey Publicado Enero 12, 2016 Denunciar Publicado Enero 12, 2016 UNA VIDA ES VALIOSA, SEA QUIEN SEA. Completamente de acuerdo preciosa.
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