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Se juntaron la dicha con la hermosura: por un lado, un viejo tacaño que nunca ha sido capaz de pagar por la franquicia del Miss Universo (siempre tuvo acceso a ella por terceros como él mismo lo dice) y, por el otro, una lechona alemana-barranquillera de la que no se sabe de dónde sacó la plata para pagar esa franquicia ni mucho menos si esa plata es limpia.

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